domingo, 27 de junio de 2010

(...)

Debería cortarse el pelo, o recogérselo. Enseñar al mundo cómo el insomnio le carcomía las clavículas. Desmaquillar las ojeras. Enseñar al mundo cómo. Hundir los dedos entre las costillas, indoloro el contacto con la piel, con el órgano mortecino, enjoyarse solo para ganar peso, fumar hasta tener hambre. Matar al nervio a oscuras, sin verle, sin siquiera saber dónde está. Jugarse la vida en el quicio de la puerta. Matar la vida con la propia vida, amordazar el tacto y resbalar. Mirar al cielo y vomitar. Secuestro sin rescate. Y empezar a sangrar.

domingo, 13 de junio de 2010

(...)

Aquellos muertos eran míos, ellos y todas las maldades que en sus vidas habían conseguido imaginar, y las mías. Eran míos, no nuestros, y no supiste verlo, ni hacernos un mísero hueco en el orgulloso abrazo de tu ego, amargo. Velábamos por ti en las noches oscuras, cuando la tormenta voraz se alimentaba del miedo de pequeños insulsos pajarillos arremolinados en cualquier esquina, a la espera del amaine, a la aventura del vivir, y del volar. Y del morir. Eran míos, y no era malo porque no conformaban más que una parte de un pasado de aquella vida que aún nos quedaba por vivir, y maquinaban trastadas mientras dormía. Y además, se merendaban todas mis pesadillas.