sábado, 24 de abril de 2010

l i m ó n

Continuaba bebiendo de aquel vodka con limón exprimido aunque supiera que me iba a sentar mal, al fin y al cabo, comer tampoco me sentaba bien y no por eso iba a dejarme morir de hambre, aunque solo fuera porque el incansable gruñir de las entrañas no me dejara pensar tranquila.

Llené un poco más el vaso y relamí los restos amargos del limón de entre mis dedos, aparté la mesa del salón y me tumbé en el suelo. Las agujetas se esparcían descuidadas por mi cuerpo, cansado de no dormir, y la perra se me acercó, lamiendo las tachuelas brillantes de mi cinturón. La miré en silencio unos instantes y me incorporé, “Peluda, ¿es que no puedes, no sé... morder mis zapatillas o comerte los calcetines, yo qué sé, como hacen el resto de perros del mundo?” Le dije suave, bajito, como suplicando, como quien te mira a los ojos y te pide un abrazo, o un beso, a la vez que señalaba mis pies con aspavientos poco elegantes, en un intento por pedirle que, al menos, alguna de las dos fingiera hacer algo normal entre aquellas cuatro paredes. Si hubiera podido, se hubiera reído de mí sin duda alguna, pero me miró despacio y observó mis pies, como con inapetencia, “claro”, y me recosté de nuevo sobre mi espalda. Intuí sus movimientos y tapé el cinturón tirando del jersey violeta hacia abajo antes de que ella volviera a su entretenimiento, “a saber de qué estará hecho eso, como para que vayas tú ahora a metértelo en la boca...”, pareció entender.

Cerré los ojos solo por no contemplar el blanco techo y ella dio una vuelta sobre sí misma, acomodando después su cabeza en mi barriga, así vista, arremolinada como un niño a mi lado, parecía pequeña para ser un labrador. Noté el peso de su cabeza al relajarse con el vaivén que la respiración producía en mi estómago. Acaricié sus orejas y su pelaje, negro, brillante, devolviéndome a cambio pequeños lametones dulces en los dedos, lo hacía aunque ambas sabíamos que ella odiaba el limón.

Nunca acerté a distinguir si realmente dormía o no, pero creo que aquella vez fue cierto. Mientras, el ácido hacía su efecto en los labios cortados, proporcionándome aquel hormigueo divertido como cuando, al besarme, me mordías.