martes, 27 de mayo de 2008

Bob

Bob me dijo una vez que llegaría el día en que, al fin, dejaría de preguntar y comenzaría a comprender. Le gusta alardear de su alto nivel de conocimientos, le encanta dejarme perpleja ante la elocuencia de sus palabras. Por instantes deja de temblar y removerse para quedarse quieto, frente a mí, atento a mi expresión, a mi pausada respiración y es entonces, cuando la lluvia estrepitosa calma su ira contra mi ventana, cuando la tormenta, envalentonada, se pelea con el cielo, cuando Bob encuentra el momento perfecto para acomodarse junto a mí, con su mirada clavada en mi nuca, a la espera de que, por fin, ceda a sus silenciosas llamadas de atención y me gire para contemplar el alargado de su sombra desparramarse sobre la carcomida pintura de la pared de la oscura habitación donde entierro mis horas a traición. Así, y sin mas compañía que la que la suma de dos soledades puedan mutuamente brindarse, Bob despliega todo su magnetismo y comienza su momento, su tiempo. Ese tiempo en el que agudiza sus sentidos para opacar los míos, en el que enerva sus ansias y las coloca como obstáculo a las mías, que, dócilmente, se relajan a merced de su voluntad.

Es Bob quien maneja mis hilos en esos instantes, es Bob quien, de forma consciente y deliberada, juega con mis miedos e ilusiones, manteniéndolos en una constante agonía para, justo en el último momento, el de la despedida, liberarlos sobre la mullida red que supone su sonrisa, cómplice, que se dibuja en su cara. Como todas esas tardes de lluvia y tormenta.

Bob me dijo una vez que llegaría el día en que, al fin, entendería el misterio oculto tras sus enormes ojos.

Ah, ¡Bob! Ese pequeño gato negro te puede jugar malas pasadas… puede hacerte creer en los sueños, le gusta contar historias de fantasmas…