domingo, 30 de mayo de 2010

sola

¿Y en el fondo qué más era sino aquello?

Qué no era sino irme de mí un instante, un solo instante para poder dejarte paso, irme de mí, vaciarme, insulsa, inmóvil, inerte, olvidar el propio peso, el propio tacto, el dolor. Silogismo extraño, graznido intenso, muerta el ave vive el odio, irme y dejarte un hueco, pequeño, intacto. Irme de mí y no querer volver, regalarte el cuerpo y tocar tu espalda, arriba, abajo, vértebra a vértebra, por última vez.

Soltar las llaves y marcharse. Dejarlo, dejarte. Irme y no volver. Lamer la herida, aséptica. Sustancia ignífuga contra tus besos, extraño relato en el bolsillo, nudos enredados en el pelo, nunca más, nunca más.

Y si estuve a punto de perderme, que no se note. Que no se sepa, que no sea la sangre quien vaya a delatarme.

Perdón si es que te hice daño. Que nadie después ose esgrimir jamás semejante término aducido sin escollos, perdón, peñasco inútil. Marchita la flor ya no huele a nada. Que vengan. Que me lo nieguen, si acaso aún se atreven.

Algo se retuerce ante el espejo. Otra copa, otra más.

Escojo marcharme. Decido.

Olvidarlo todo y dejarte. Aúlla la curva de la espalda, gustoso cúlmen de la indulgencia, pierde los papeles, eleva el espectáculo. Díselo a todos. Di.

Y si voy a morirme que sea sola. Que no me veas.