viernes, 11 de noviembre de 2011

ser tú y la falta

Zorros en la noche vienen envolviéndose en el silencio de las mantas que guardamos en tu coche. Follar en sus esquinas era sencillo si olvidamos los temores de la escarcha o la batería agónica que flanqueaba los faros del mundo que ya nunca jamás nos rodeaba si estábamos juntos. Tres gotas sudaban en tu espalda, las gotas y no tú, que brillaban la muerte que mis dedos les comulgaban al aplastarlas contra mis palmas, morderte una muñeca y sentir los huesos resquebrajados tras tu sangre y mis dientes.

Hubo un tiempo en que éramos tan jóvenes que nada podía hacernos daño.

Supiste de inmediato que algo estaba saliéndonos mal. Me duele la matriz.

Tengo una pena azul que se me corre entre los dedos.

Tengo un santo que aguarda tras el calendario. Un día marcado en negro junto a la pena y la oscuridad de tus fantasmas que atroces lloran a deshora en meses alternos. No me moriré sin decirte que me faltas.

lunes, 11 de julio de 2011

treinta cero cinco

La lluvia sembraba acuáticas desidias en aquel asfalto, mezcla de cloaca y calor, de quemazón y podredumbre impropios de lugares fértiles y fáciles como era ese. La humedad tupía las medias y acorralaba la piel, haciendo costoso el respirar, tan dispensable como vivir. La luz intermitente palidecía los rostros, aquellos que nos miraban.

“No mires al suelo”, me decía, y se aferraba a mi mano con la misma ceguera con la que un mosquito va a morir a un parabrisas, pero era cálido, sin embargo él era cálido y apacible y a mí no se me ocurrían más que fealdades, más que cosas horribles que decirle, que contarle y proponerle, más que sitios oscuros y harapientos a los que llevarle, senderos inhóspitos que enseñarle y acogerle en aquel ego negro, insensato, al que tendía su mano cálida, que abrazaba los dedos y las penas.

Por qué tienen tanto miedo, si quizás fuera mejor eso, mejor cualquier otro modo que no aquel por el que la brisa venía a reírse en tu cara, en aquel rostro que algún día quiso ser tu cara, la cara de tu alma, y que ahora se deformaba en rastrojos que trataban escorzados de ser aquello que en su día quisiste pero no pudiste, como aquella pobre paloma cuya ala izquierda aún señalaba al sur, empinada al cielo en el que debía estar, tambaleándose con el viento, imitando el vuelo que ya jamás, inerte, pegada a la carretera, emprendería.

No mires al suelo y yo nos imaginaba besándonos mientras los demás huían.

martes, 17 de mayo de 2011

(...)

En fin. Por aquellos años le resultaban a uno ambos conocidos, aunque no es seguro que ellos se conocieran ya en el que venía siendo entonces mi pasado, sino que quizás resulte más adecuado, y también más fiel a la verdad en lo que a espacio-tiempo se refiere, decir que ellos se conocieron en el presente de entonces y desde ahí, siempre fueron conocidos, pero extraños. Ella era, en aquella época, un tanto impertinente e inmensa, impertinente por desagradable, e inmensa porque, en fin, estamos aquí para contar la historia tal como sucedió y no es menester negar que la chica era entrada en carnes, como solían decir nuestras tías, sin embargo, un par de veranos después, alguna beca veraniega la llevó a enamorar a algún francesito de cabello rizoso, que decía de sí mismo ser bohemio y pintor, que la indujo a pasar hambre y penurias, y, qué coño, había dicho su madre, que el amor adelgaza, y volvió en septiembre con aquel acento atragantado y dos perfectamente esculpidas clavículas por collares engarzados, a parte del pecho recolocado en su sitio, y un par de bonitas ondulaciones por caderas, vraiment fantastique. Y aquella camiseta mostrando sus clavículas, paralelas al suelo, clavículas que luego heredaría la niña y que harían que su padre nos mirara con recelo, como invitándonos, por si acaso, a fijarnos en otros asuntos, como si ella, la niña, fuera más que otra gata agazapada en alguna esquina, inmersa en la aventura que el alcohol le procuraba, haciéndole creer de vez en cuando que las penas eran menos amargas con aquel sabor quemando en la garanta y que los hombres eran entonces menos hombres y quinientas intensas palabras les dirían mucho más que aquel escote. Para qué negarlo, la niña era preciosa, cosa que también se veía venir, algo así como enamorarse de ella.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Sin querer

Paséate de nuevo con tu suéter verde, alborótame las piernas. Estírame el lazo con el que atarme la cintura. Dame un nudo con el que atragantarme, olvídame los versos de ayer, esos que dijimos entre toses. Vuelve a decirme que las cortinas del salón no llegan al suelo y que desde que ha dejado de llover ya no tienes más sed y yo, sin embargo, no paro de beber y no consigo más que ahogarme en la cazuela en la que pusiste huevos a cocer antes de ayer cuando, al verme, tu vecina se asustó y no me quiso devolver la toalla que tiré al tender. Fue sin querer, todo. Péiname las manos con tu pelo, que se me cae la taza al suelo y tengo miedo.

martes, 22 de marzo de 2011

Paraguas

Los ojos miel le lloraban como rompe un paraguas, o como tiembla un abeto cuando hay ventisca. No sé cómo ocurre nada de esto, quizá todo asuma la misma levedad que implica la llegada del otoño (levedad, adiós al movimiento gravitacional trescientos sesenta grados sobre un eje que es propio), con la misma parsimonia del hasta luego convertido en un adiós, o del viento que cambia de dirección. Yo nunca supe nada. Solo sé que si aprietas suave en la herida, sangra otra vez.

Solo sé que al final quedan cuatro ramas quebradas y una maraña de alambres en la basura que ya no valen nada. Ni a su propio nombre responden. Paraguas.

martes, 18 de enero de 2011

Ninguna

Podría ser para ti cualquier mujer. Podría aprenderlo. Podría ser para ti todas y ninguna a la vez, o confesarte que también me he enamorado de tu hermano, qué quieres que te diga, si tiene los mismos labios que tú, los dientes colocados igual, si tenéis los dos la misma absurda sonrisa que miro embobada mientras dibujas vestidos que sabes que nunca me pondré porque podría ser para ti cualquier mujer, pero desnuda.

No sé, podría ser para ti todas y ninguna. Podría ser para ti cualquier mujer con tal de que la sonrieras de esa forma, como si se nos fuera a morir el pez que nos tira besos desde su pecera en las comisuras de tus labios, o si se fuera el mundo a acabar si dejara de mirarte. Podría serlo y no lo soy. Y me enamoro de ti cada vez que me sonríes.